TIEMPO DE TRANSFORMACIÓN
El juego de la oca
Seguro que todos hemos jugado alguna vez al juego de la oca. Lo que muchos no sabrán es que se considera un juego iniciático, cuyo tablero, en forma de espiral, representa un camino de vida con una rica simbología. Su origen es incierto y se remonta a la Edad Media, o incluso al tiempo de los egipcios.
Cuando recorres el Camino de Santiago, por ejemplo, muchos lugares de la ruta jacobea se asemejan a las casillas de este legendario juego. Se me ha ocurrido que, en estos tiempos de pandemia, nuestras vivencias bien podrían encajar en el juego de la oca.
No voy a entretenerme en lo que representan las propias ocas, ni en la numerología, ni en la rica simbología de todo el tablero. Voy a ir a lo que puede representar para nosotros, en estos momentos raros y extraños que estamos viviendo, desde que empezó el primer confinamiento, hace ya más de seis meses. Somos fichas, de distintos colores, que empezamos entonces a jugar. Durante todo el tiempo que duró el confinamiento y la falsa desescalada, descarrilada diría yo, los dados y los puentes, nos pueden haber dado la sensación de que avanzábamos. Pero no ha sido así cuando nos hemos tenido que adentrar en los laberintos que nos ha puesto la vida por delante.
La posada podría semejarse a los meses que hemos permanecido confinados en casa, y que muchos han aprovechado para hacer de todo, múltiples actividades, excepto lo que tenían que hacer. Pero no fue igual para todo el mundo. Algunos acabaron en la cárcel. Un lugar de dolor y de privación de libertad, que bien podríamos comparar con los hospitales.
Otros cayeron, y aún no han salido, en un pozo de inseguridad, en el que perdieron los trabajos, la alegría, y solo han podido sobrevivir gracias a las ayudas de personas similares a ellos, que no han sido tan desafortunadas.
Y luego está la muerte, claro, la pérdida de nuestro mayor bien, que es la vida. En esa casilla sucumbieron miles y miles de seres humanos, que no tuvieron más remedio que abandonar el juego. Y que no serán los únicos en dejar este mundo. Seguro que se les unen otras muchas personas. Quedamos los que hemos ido superando esta carrera de obstáculos. Pero no canten victoria todavía. Había que alcanzar la casilla 63, donde está la meta, pero de forma exacta. No puedes pasarte. Si lo haces, el juego te penaliza volviendo a la casilla de salida.
Y así nos encontramos ahora, seis meses después, volviendo a la casilla de salida. ¿Acaso no hemos jugado bien nuestras opciones? Mientras tanto, los que controlan el juego –o eso creen ellos- se han situado en un Olimpo lejano, mirando desde arriba las penurias de los jugadores. Y desde allí, cada vez más alejados de ellos, se dedican a alimentar la ficción más mediocre, la propaganda, con relatos mal contados y nada creíbles.
Por eso quiero despedirme con palabras de León Felipe: «No me contéis más cuentos: los ha contado el viejo patriarca, los han contado el coro y la nodriza, los ha dicho un idiota con estrépito y furia… ¡Cuentos!... ¡Cuentos!... ¡Cuentos!
»He visto que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan en cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos y que el miedo del hombre, ha inventado todos los cuentos… Pero yo no quiero cuentos. No me contéis más cuentos».
Alucino al ver cómo nos adormecen con tantos cuentos. ¡Qué crédulos somos!
(23 de septiembre,2020)
Ciegos guiando a ciegos
¿Conocen el cuento del elefante y los ciegos? Seis ciegos discutían entre ellos acerca de la forma de un elefante. Buscaron uno para ver quién tenía razón. El primer ciego tocó el costado del animal. “Es como una pared de barro secada al sol”. Otro tocó los colmillos: “Es como una lanza”. El tercero agarró la trompa: “Es como una larga serpiente”. El cuarto lo cogió de la cola: “Es igual a una vieja cuerda”. El quinto tocó la oreja y definió al elefante “como un abanico plano”. El último, tropezó con una de sus gruesas patas y dijo que el animal tenía “la forma del tronco de una palmera”. De nuevo en su casa, cada uno de los seis ciegos estaba convencido de que había experimentado por sí mismo la verdadera forma del elefante y de que eran los demás los que estaban equivocados.
Pues sí, así es como yo veo la actual situación de “vuelta a la normalidad” con más de treinta mil muertos desde el inicio de la pandemia, más de tres millones de parados y largas colas para recoger una bolsa de comida. Veo ciegos guiando a ciegos, incapaces de elevarse de sus propios condicionamientos, convencidos todos ellos de que tienen la razón y de que son los demás los que se equivocan. ¡Qué poco hemos aprendido!
Se trataba de que esta crisis planetaria, que nos afecta a todos y que aún no ha concluido, nos llevase a la reflexión y transformación interior de nuestras vidas. Pero no. No digo que no haya cambiado a muchas personas, pero como sociedad solo queremos volver a eso que la propaganda oficial llama “nueva normalidad”. El Roto, siempre lúcido, en una reciente viñeta de El País, decía: “Pronto podremos volver a lo de antes, que trajo esto”.
Y es que esa supuesta “normalidad” a la que queremos volver cuanto antes, es precisamente la que nos llevó a la pandemia, a tocar fondo en relación a una manera de vivir que no se sostenía ni, por mucho que se empeñen, se va a sostener en el futuro, porque lleva inoculado el virus de la falsedad y de la falta de autenticidad.
El buen rollito de los primeros días se ha convertido en la actual radicalización y polarización de la sociedad, alentada por la Política y los Medios. Meterse en el lodazal de los intereses partidistas de los unos, de los otros o de los de más allá, solo nos conduce a instalarnos en el fango, en el que muchos se encuentran a sus anchas. Parece que este país, como sociedad, aún no ha superado las trincheras ni las dos españas. Y es triste que, como los ciegos, cada cual crea que está en posesión de la verdad, y que son los otros los que se equivocan y los únicos que tienen que cambiar.
En algún sitio he leído que “no podemos volver a la normalidad porque lo normal es exactamente el problema”. Necesitamos volver mejores, transformados, viéndonos a nosotros mismos, a los demás, y al mundo que nos rodea, con una visión nueva, dejando atrás la capacidad de mentirnos y los egos inflados, que no nos van a servir para nada. Aún queda mucho camino por recorrer y si estamos tan ciegos como los del cuento, si no elevamos nuestra mirada, no podremos ver al elefante completo. No veremos nada, continuaremos instalados en nuestro sueño. Eso sí, seguiremos tan “normales” como antes.
(2 de junio de 2020)
¡Despierta!
¡Despierta! Eso es lo que nos grita la vida en estos duros momentos. Y lo hace alto y claro; aunque muchos prefieran seguir haciéndose los sordos, llenando el confinamiento obligatorio con toda clase de actividades en casa, con tal de no tener momentos de interiorización y discernimiento sobre todo lo que está pasando.
Es cierto que cada uno lo vivimos como podemos, desde el lugar en el que nos ha colocado la vida. Pero si no hay transformación interna, si las llamas, que nos están abrasando a fuego lento, no producen la alquimia de transmutar nuestros metales viles en nobles, de poco habrá servido para muchos tanto dolor, muerte y sufrimiento.
Estamos en plena Semana Santa. Muchas personas añoran sus vacaciones, sus viajes, sus tradiciones. Pero este año la procesión va por dentro y numerosas familias están viviendo en carne propia su particular vía crucis. Este año, la procesión que va por dentro es para todos. Para creyentes, para agnósticos, para ateos. Para todos los seres humanos, sean cuales sean sus creencias o la ausencia de ellas. Esto no va de creencias, va de comprender, de despertar.
Esta crisis planetaria nos está mostrando que ya no necesitamos sostener el personaje que hemos ido construyendo durante toda la vida, y que ha usurpado nuestra verdadera esencia. Y no hace falta sostenerlo, porque se está cayendo a trozos por sí mismo. Como tantas y tantas cosas falsas que se están derrumbando para dejar paso a lo Real. Se nos cae el escenario; aunque todavía hay muchos empeñados en apuntalarlo con tal de no darse cuenta que está podrido, y ya no sirve.
Muchos piden al cielo que esto pase pronto, que se termine la pesadilla. Sí, claro, a ninguno nos gustan las pesadillas, preferimos bonitos sueños para seguir adormecidos en sus brazos. La cuestión es: ¿queremos que termine la pesadilla para seguir soñando, o queremos despertar? ¿Queremos que todo esto pase para volver a nuestra plácida vida de antes, a nuestros falsos valores, a que todo siga igual? Lamento decir que eso no va a ser posible, por mucho que roguemos para que así sea. La transformación del mundo está en marcha y es imparable. Y no me refiero solo a cambios políticos, laborales y sociales. No, va mucho más allá. Lo siento por los que siguen instalados en lo de siempre. Todas las revoluciones han fracasado y, a día de hoy, la única revolución posible es la de la conciencia.
Estamos viviendo dolores de parto y, después de una experiencia tan intensa, estoy segura de que nos va a nacer una hermosa criatura planetaria. No tengo ninguna duda. Pero también sé que, cuando nos haya nacido, no sabremos bien qué hacer con ella. Aún sentiremos en nuestras entrañas los dolores del alumbramiento. Tirarán los puntos. La leche manará a borbotones de nuestros pechos, pero no sabremos aprovecharla. Sufriremos un enorme cansancio, y llegará la depresión post parto. Pero también saldremos de ello y nuestra hermosa criatura nos compensará por todo lo sufrido. Así es la vida. Nunca se equivoca.
(9 de abril de 2020)
Salir de la caverna
Los que estamos viviendo son tiempos de transformación. No hablamos solo de cambios, sino de algo mucho más profundo, que nos afecta a todos los seres humanos. La transformación es un proceso misterioso que incluye muchos cambios. La metáfora que más se aplica a este concepto es la de la oruga transformada en mariposa. Hay un trasfondo en ella, que no se aplica a cambios más superficiales. En este caso, la oruga debe morir, literalmente, para renacer como mariposa. No se puede llegar a ser mariposa si antes no se muere a la condición anterior.
Y este es el proceso que estamos viviendo en estos momentos con la crisis d el coronavirus. Una crisis que se desarrolla a nivel planetario. Observamos que hay dolor y muerte. Mucho dolor. Que la tierra se mueve bajo nuestros pies. Que todo lo que nos sustentaba hasta este momento -¡qué ingenuos!- está muriendo a marchas forzadas y sin previo aviso. Todo nos grita que tenemos que cambiar nuestros sistemas de valores, políticos, económicos, culturales, sociales, personales… Pero no se pueden cambiar estos sistemas que se derrumban, sin que cambie la persona. Sin que muera como oruga que se arrastra, para renacer como mariposa.
He leído en algún sitio que se trata de salir de la caverna. Ya conocen el mito de Platón. Me parece muy acertada la metáfora. Se trata de dejar de confundir las sombras, las proyecciones de nuestro ego, con la Realidad que somos. Aunque parezca duro decirlo, la Vida, con mayúsculas, nos está facilitando que salgamos del sueño, y empecemos a vislumbrar nuestra esencia. Cierto que lo está haciendo obligándonos a vivir en una pesadilla. Pero las pesadillas son las únicas que nos pueden hacer despertar bruscamente de nuestros sueños. Sueños que estaban colgados en el vacío. Delirios de grandeza. Vanidad de vanidades, luchas de poder, que nos han mantenido arrastrándonos por el cieno de la falsedad.
Ahora, es como si hubiéramos atravesado una puerta. A empujones. Una puerta que se ha cerrado a nuestras espaldas. Ya no hay vuelta atrás. Aunque queramos. Esta crisis planetaria marca un antes y un después para todos. Como el reloj que acabamos de adelantar con el nuevo horario, y que deja atrás, en el vacío, esa hora que no hemos podido vivir; según nuestros falsos cánones de medir el tiempo, claro. Nadie va a escapar de esto. Estamos en una encrucijada planetaria y vital. Lo encaramos separados, recluidos en casa, pero más cercanos que nunca. Este es un camino nuevo, que no sabemos a dónde nos va a conducir. Mejor. Así estaremos más alerta.
No creo que, en estos momentos, podamos vislumbrar a dónde nos lleva este proceso de transformación. ¿Y, si desconocemos el camino, si las creencias de antes ya no nos sirven, cómo podremos transitarlo? El poeta Luis Rosales nos aporta luz: “De noche, iremos de noche, sin luna iremos, que para encontrar la fuente, solo la sed nos alumbra”. Pues eso.